Page 334 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 334
poseerlo en la medida que se puede poseer algo en esta
vida, conservarlo y guardarlo. Pero yo lo he perdido todo:
mi propiedad, mi empleo, y ahora me propongo
renunciar a la superficie de la Tierra para no acabar como
acabó Verne Lindblom. Porque sé que fue David Lantano
quien lo mató. Lo supe tan pronto como Lantano admitió
que poseía todas las piezas del dardo. Las piezas que
constituyen el arma mortífera que ahora todos
conocemos: el dardo homeostático de alta velocidad con
punta de cianuro. Aunque, en el caso de Verne, se empleó
el de baja velocidad, y no un modelo oxidado, sino uno
nuevo y flamante... como el que se clavó en el corazón de
Verne Lindblom».
«Recién fabricado, como había admitido el propio
Lantano. Venido directamente de los años de guerra, de
trece años atrás, por medio de la máquina para viajar por
el tiempo. Y que debe instalarse en mi despacho para
matar a Brose como fue muerto Verne; justo es reconocer
que la muerte será instantánea e indolora, pero por ello
no deja de ser un asesinato, como el que yo cometí con los
cuatro agentes de Foote. Pero... así están las cosas. Y yo
me voy. Bajo a las entrañas de la Tierra».
‐¿Piensa usted regresar a su tanque? ‐preguntó a
Nicholas.
‐Enseguida. Cuanto menos tiempo permanezca el viejo
Souza hibernado, mejor. Siempre se corre el peligro de
que el cerebro sufra lesiones irreversibles. Dejaré a los
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