Page 340 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 340
gracias a los aparatos traídos por Adams de su mansión
de la costa del Pacífico, ambos consiguieron perforar la
durísima corteza de roca fundida que los dos robots de
Lantano habían emplazado para taponar la boca del túnel
e impedir su posterior utilización. Nicholas y Adams
tuvieron suerte en localizar el paraje, aunque la
minuciosidad del trabajo realizado por los robots fue una
gran ayuda. El lugar destacaba incluso de noche por estar
totalmente desprovisto de hierba, por su superficie lisa y
de aspecto artificial, que parecía un gigantesco ojo de
obsidiana entre los matorrales y pedruscos del desierto.
Finalmente la entrada quedó practicable. Habían
deshecho la obra tan profesional y concienzuda de los dos
robots desaparecidos, aunque necesitaron varias horas
para ello.
Joseph Adams puso el piloto automático del volador y
lo despachó. El aparato se elevó hasta desaparecer en la
luz grisácea del alba. Si lo hubieran dejado allí, habría
constituido un claro indicio delator. Pero aún les quedaba
el problema de sellar de nuevo la boca del túnel después
de entrar, haciéndolo de tal manera que ni los
instrumentos más sensibles consiguieran detectarla.
El y Adams decidieron construir un enorme tapón. Era
un disco de tierra dura y cubierta de hierba, que tenía el
mismo diámetro de la boca del túnel. Esa parte del trabajo
resultó relativamente fácil; luego ambos entraron en el
túnel y una vez allí, mediante una serie de cables sujetos
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