Page 341 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 341
a las barras de acero que habían clavado en la parte
inferior del tapón, arrastraron el círculo de tierra dura y
hierbas hasta dejarlo asegurado sobre sus cabezas.
Cuando desapareció la luz grisácea del amanecer,
encendieron sus linternas. Luego, tirando con fuerza de
los cables, hicieron que el gigantesco tapón quedase bien
empotrado.
A continuación, y con sumo cuidado, arrancaron todas
las barras metálicas retirándolas junto con los cables, pues
cualquier detector de metales las habría localizado; aquel
tropismo habría señalado su escondite a los sabuesos que
tarde o temprano enviarían tras ellos.
Cinco minutos después Nicholas, con un golpe de su
bota, rompía el sello de la base del túnel. Bajo la dirección
experta de Jorgenson, el comité de activistas del tanque
había procurado que el sello pudiera quitarse fácilmente
desde arriba, teniendo en cuenta que cuando Nicholas
regresara, con el artiforg o sin él, tendría que utilizar
necesariamente aquella ruta.
Todos los jefes del comité, Haller, Flanders y Jorgenson
esperaban apretujados en el pequeño almacén de la
planta primera, empuñando las extrañas pistolitas de
láser que ellos mismos se habían fabricado en los talleres
del tanque.
‐Hacía una hora que le estábamos oyendo ‐dijo
Jorgenson‐. Hemos oído los golpes y el estrépito que ha
armado para abrir de nuevo la boca del túnel. Como es
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