Page 346 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   346


              Para matar unas bacterias, unos microbios y unos virus

           que él sabía inexistentes. Sintió la tentación de decírselo a


           todos, pero se contuvo a tiempo. Sería prematuro; tenía

           que  decírselo  en  el  momento  adecuado.  Tendría  que

           actuar con gran prudencia, porque si se iba de la lengua


           antes  de  tiempo  podía  desencadenar  una  reacción

           incontrolable, de cólera por otra parte justificada. Todos

           querrían salir como locos por el gran montacargas que


           empleaban los robots. Ellos armados con sus pistolitas de

           fabricación casera... y los veteranos y aguerridos robots

           los  exterminarían  como  ratas  a  medida  que  fueran


           saliendo, y sería el fin de todo.

              Dijo Jorgenson:


              ‐Ya  hemos  avisado  a  Carol  de  su  llegada  por  el

           intercomunicador;  no  tardará.  Tenga  usted  paciencia.

           Souza  está  en  el  congelador  y  puede  esperar  una  hora


           más.  Ella  le  injertará  el  páncreas  hacia  el  mediodía.

           Mientras  tanto,  nos  quitaremos  la  ropa,  la  dejaremos


           aquí, y luego pasaremos a la cámara que hay al otro lado

           de esa puerta. Esa cámara la hemos construido nosotros

           mismos en los talleres; pasaremos por ella desnudos, uno


           a  uno,  y  unos  chorros  de  diversos  desinfectantes  nos

           rociarán completamente...

              Adams murmuró al oído de Nicholas:


              ‐Nunca hubiera imaginado hasta que punto se lo creen.

           Es asombroso. Nosotros pensábamos que lo aceptaban de







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