Page 67 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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mansión, rodeado por su séquito de preocupados robots,
Lane no se mostró muy convencido por los argumentos
de Brose, quien había embargado los tres riñones artiforg
mediante una triquiñuela jurídica. En efecto, se apoderó
de aquellos órganos incautándose de ellos, y prohibió su
uso arguyendo una complicada prioridad sobre ellos... El
pobre Lane llevó el asunto al Consejo de Reconstrucción,
reunido en sesión perpetua en Ciudad de México para
sentenciar los pleitos sobre lindes que surgían entre los
terratenientes. Este consejo estaba formado por robots de
todos los modelos; Lane no perdió su pleito, pero
tampoco lo ganó, pues falleció antes de que se dictase
sentencia. En cambio... Brose seguía viviendo, con la
seguridad de que aún podía sufrir otras tres
insuficiencias renales y sobrevivir. Y todos los que se
atreviesen a recurrir ante el Consejo de Reconstrucción
morirían antes de ver concluido el farragoso pleito, como
le ocurrió a Lane. Y la demanda expiraría con el
demandante.
«El viejo asqueroso», pensó Adams. Y entonces
surgieron frente a él los rascacielos de la ciudad de Nueva
York, los vertiginosos edificios de la posguerra, las
rampas, los túneles, los voladores que se cernían como
moscas sobre la fruta y que, como el suyo, conducían a los
hombres de Yance a sus oficinas para empezar la jornada
del lunes.
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