Page 68 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 68
Poco después se detenía sobre el altísimo edificio que
dominaba a los demás y que correspondía al número 580
de la Quinta Avenida: la Agencia.
La Agencia ocupaba, evidentemente, toda la ciudad; los
edificios a ambos lados formaban parte de la maquinaria
lo mismo que aquel onfalos central. Pero en éste se hallaba
su despacho particular; allí se atrincheraba contra los
competidores de su propia clase. Tenía un empleo muy
importante... y en la cartera que acababa de recoger con
expectación se guardaba, como él muy bien sabía,
material clasificado al más alto nivel.
Quizá tuviese razón Lindblom; tal vez los rusos se
disponían a bombardear Cartago.
Descendió por la rampa que desembocaba en la pista de
aterrizaje de la terraza, pulsó el botón de alta velocidad,
y cayó como un plomo hacia la planta donde estaba su
despacho.
Cuando entró en él, con la cartera en la mano, tropezó
de manos a boca y sin previo aviso con una montaña de
goma que parpadeaba y hacía guiños, moviendo sus
pseudópodos como aletas de foca y atisbándole mientras
la boca, que era una mera rendija, se plegaba en una
sonrisa de contento ante su asombro, satisfecho al
comprobar el efecto que causaba su aspecto físico y el
hecho de ser él quien era.
‐Señor Adams, quiero tener unas palabras con usted.
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