Page 69 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   69


              El monstruoso ser que había conseguido empotrarse en

           la butaca frente a su escritorio era Stanton Brose.






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              ‐Con mucho gusto, señor Brose ‐replicó Joseph Adams.

           Sintió debajo de la lengua la reacción de sus glándulas


           salivales.  Mientras  se  volvía  de  espaldas  para  dejar  la

           cartera,  se  sorprendió  ante  aquellas  náuseas  somáticas,

           causadas por la impresión que le produjo la inesperada


           presencia  de  Brose  en  su  propio  despacho.  No  estaba

           asustado ni intimidado, ni siquiera furioso porque Brose


           hubiese  conseguido  entrar,  pese  a  las  complicadas

           cerraduras, para apoltronarse en su butaca... Nada de eso

           importaba  ya;  la  repugnancia  que  experimentaba  su


           cuerpo disipó cualquier otro tipo de reacción.

              ‐Le concedo unos momentos para que se serene, señor


           Adams.

              Aquella  voz,  aguda  y  fina,  parecía  un  alambre

           manejado por un malévolo espíritu neumático.


              ‐Gracias ‐repuso Adams.

              ‐Perdón. Como usted sabe, no puedo oírle: necesito ver

           el movimiento de sus labios.


              «Mis labios», pensó Adams. Y se volvió.

              ‐Discúlpeme un momento ‐dijo‐. Mi volador ha tenido

           una avería.




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