Page 117 - Vienen cuando hace frio - Carlos Sisi
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estómago, y el desconocido se quedó en el suelo,
arrodillado, incapaz de regular el nivel de aire que
entraba en sus pulmones. Joe lo dejó allí, afectado
por quejidos y sibilancias, y fue a buscar una de las
palas al salón. El mango era de madera recia, y la
pala en sí, de hierro de más de cien años, pesada y
contundente. Con algo así entre las manos, creía
que podría frenar a aquel tipo.
—¡NO TE MUEVAS! —soltó cuando se puso a unos
pocos pasos de él, con las piernas ligeramente
abiertas y la pala en las manos.
El hombre levantó la cabeza y lo miró brevemente,
pero Joe pudo ver en el acto que su expresión no
había cambiado, que aquella locura que había
detectado seguía allí, intacta. Sus carrillos se
inflaban y distendían al ritmo de la respiración
fatigosa, y tenía una mano sobre el estómago
denunciando el dolor que sentía, pero sus ojos…
Sus ojos seguían contando historias sobre la locura.
Joe agarró el mango de la pala con más fuerza.
—No te levantes o te tumbo con esto. Te lo juro, tío.
Te daré en tu puta…
No pudo terminar. Inesperadamente, el
desconocido se lanzó de nuevo hacia él,
desplazándose casi a cuatro patas como un perro de
presa. Aullaba como la sirena de un viejo coche de
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