Page 202 - La Nave - Tomas Salvador
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Bésame.
Los dos amantes se entregaron a tiernos gestos
amorosos. Sorprendido por aquel derroche de
ternuras, de sensaciones apenas entrevistas, quiso
apartar los ojos. Pero no podía. Le enternecía la
mágica comprensión de aquellos seres tan
diferentes. Las manos del ciego acariciaban el
cabello de la hembra, y ésta tendía las suyas hacia
los ojos desamparados. De repente, la ternura, la
emoción, le hizo daño, Y gritó:
—¡Dame de comer, Dina, o si quieres acariciar a tu
amado llama a mi niño!
Dina, en vez de obedecer, salió corriendo.
Comprendió lo inadecuado de su grito y pidió a
Abul que le perdonase.
—No tiene importancia, Shim.
—Me duelen estas manos que no tengo, Abul,
estas caricias que yo no podré hacer. Dime, Abul,
¿es suave el cabello de la hembra amada?
—Muy suave, Shim.
—¿Como el de la rara tela llamada seda?
—Mucho más suave, Shim.
—¿Como el titanio pulimentado?
—Mucho más suave, Shim.
—¿Como el metal del Libro, Abul? Pero, no; no
puede ser tan suave.
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