Page 263 - La Nave - Tomas Salvador
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armas secretas. Mejor harías conservando esos
hombres y preguntarles cuántos son y qué armas
tienen. ¿O es que lo sabes ya, ¡oh ilustre guerrero!?
Dejó a Kalr con la boca contraída y el ceño
asombrado, y se fue antes de que pudiera
impedirlo. Porque no estaba seguro de si el guerrero
le había dicho que se fuera de allí, de su vista, o que
se fuera lejos de la familia. Y no estaba dispuesto a
preguntárselo. Difícilmente se le presentaría mejor
ocasión para alejarse.
No sabía a dónde ir, ni qué rampa tomar. Y tenía
miedo a la oscuridad. Y no había un niño que le
ayudara. Y no tenía manos con que agarrarse. Y no
podía evitar el terror de su corazón:
Pero debía marcharse. Lejos, acurrucarse en
cualquier rincón y esperar una ayuda. O gritar hasta
que alguien acudiera. Todo, menos quedarse allí,
siendo testigo del tremendo crimen que se
avecinaba.
Comenzó a caminar, tambaleándose, tomando
corredores ciegos que debía rehacer. Por dos veces
volvió al lugar de la orgía, sus oídos ensordecieron
con los aullidos de los guerreros embriagados y
respiró el acre humazo de los falux. En la última vez
se detuvo a observar si...
Distinguió a Kalr, meditabundo, buscando algo
con los ojos —a él, sin duda—, pero sin dar la orden
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