Page 268 - La Nave - Tomas Salvador
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punto  de  sollozar.  No  pudo,  sin  embargo.  Había


            comprobado  que  los  ojos  se  le  humedecían


            fácilmente ante la evocación, ante las oscuridades


            del pasado o los fulgores del presentimiento; pero


            no lo hacía ante el dolor físico, ante el miedo, que



            oprimía su garganta y secaba sus fuentes.


               —¡Sad! —gritó—. ¡Ylus!, ¡hermanos, ayudadme!



               Le  respondió  un  eco  vibratorio  que  le  dejó


            esperanzado. Parecía mentira que él solo arrancase



            aquellas  resonancias.  ¡Si  vislumbrase  un  poco  de


            luz...!  ¡Si  escuchase  un  sonido  ajeno...!  Los


            antepasados  tenían  un  método  para  distinguir  la


            noche  del  día.  Y  la  noche  era  para  el  silencio,  el


            descanso,  la  recuperación  de  fuerzas.  La  noche


            equivalía a las tinieblas. Pero el que se perdía, el que


            tenía miedo a las tinieblas, «sabía», podía esperar la


            llegada de la luz, que, indefectiblemente, había de


            llegar. En la Nave todo eran tinieblas; en la Nave no



            existía el tiempo ni era conocida la esperanza.






               Recostado en la pared, esperaba. El dolor se había


            ido  calmando,  pero  se  sentía  miserable,  triste,



            desgarrado.  Esperaba,  siquiera,  un  sonido.  Y  el


            sonido llegó. Eran unos gritos lejanos, tan diluidos,


            tan  suaves,  que  creyó  haber  soñado.  Recordó  los


            niños wit, tan audaces, acostumbrados a visitar por


            su  cuenta  las  zonas  desconocidas  de  la  Nave.



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