Page 419 - Triton - Samuel R. Delany
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Entonces  los  oyó,  acercándose;  la  gente  empezó  a

           retroceder, pero Bron avanzó. La idea no era ni completa


           ni verbal. La experimentó simplemente como un anhelo

           de ir a casa, sin reflexionar en el método para conseguir

           su meta.


                Intentando desentrañar la telaraña de sonido en sus

           cadenas silábicas, alcanzó el borde de la multitud.


                Los  murmuradores,  en  harapos  y  encorvados,

           avanzaban arrastrando los pies a la débil luz.

                Anticipando  su  embarazo,  avanzó  unos  pasos,  se


           abrió camino entre ellos, cerró los ojos (¡El olor!, pensó,

           asombrado. ¡Había olvidado el acre olor de no lavarse!),

           inclinó la cabeza, y empezó a andar arrastrando los pies


           al       compás               de        los         de         ellos.          Inició          su

           Mimimomomizolalil...,  pero  a  la  docena  de  sílabas  se

           perdió; así que, al ritmo del arrastrar de sus sandalias,


           hizo rodar su lengua en torno a cualquier tontería que se

           le ocurrió. En una ocasión, entre sus apretados párpados,


           miró hacia un lado para ver otros ojos en un escamoso

           rostro  cerca  de  él:  la  mujer  reinició  su  murmullo.  Lo

           mismo hizo Bron. Y siguió arrastrando los pies.


                La  sensación  era  de  ligereza,  casi  de  alegría,  de

           razones y responsabilidades, explicaciones y expiaciones


           rechazadas, abandonadas. ¿No es esto, pensó (sabiendo

           que un auténtico murmurador no debía pensar), lo que

           hubiera debido estar haciendo todo este tiempo? ¿Acaso




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