Page 32 - Anatema - Neal Stephenson
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atado a cada extremo con el cordón y que se había colgado
diagonalmente a la espalda, como un petate. Él había
inventado esa forma de enrollarlo. Nadie había seguido su
ejemplo. Debía admitir que en un día de calor parecía
cómodo, aunque estúpido. Tenía el trasero a treinta
centímetros del suelo: había hecho que su esfera adoptase
más o menos el tamaño de su cabeza y se mantenía en
equilibrio encima.
—¡Fra Lio! —repetí. Pero Lio tenía una mente curiosa que
en ocasiones no respondía a las palabras. Una caña de
bayacorte me salió al paso. Encontré algunas pulgadas sin
espinas, la agarré con la mano y la arranqué, luego la agité
hasta que las diminutas florecillas de la punta rozaron el
cráneo casi rapado de fra Lio—. ¡Gorgojo! —dije al mismo
tiempo.
Lio cayó hacia atrás, como si le hubiese golpeado con un
bastón. Los pies saltaron hacia arriba y volvieron a bajar
para descansar en las raíces del manzano. Se puso en pie,
con las rodillas dobladas, la barbilla hundida, la columna
recta, con la tierra cayéndole de la espalda sudada. La
esfera salió rodando y acabó encajada en un montón de
hierbas arrancadas.
—¿Me has oído?
—La bayacorte no es una de las Ciento Sesenta y Cuatro,
cierto. Pero tampoco es una de las Once. Así que no tengo
que quemarla nada más verla y apuntarlo en la Crónica.
Puedo esperar.
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