Page 42 - Anatema - Neal Stephenson
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había desmadrado. Completamente ocupado con Lio,
había tenido que abandonar su esfera, que aún tenía una
zona rígida y no se ponía transparente del todo. En
cualquier caso, el fuego nos dio una excusa para
emprender por fin una tarea sobre la que hablábamos
desde hacía mucho tiempo, a saber: plantar tréboles y
otras flores y criar abejas. Cuando en extramuros hubiese
economía, podríamos vender la miel a los burgos en el
puesto del mercado, frente a la Puerta de Día, y emplear el
dinero para comprar aquello que fuese difícil de fabricar
dentro del concento. Cuando las condiciones exteriores
fuesen posapocalípticas, podríamos comérnosla.
Mientras corría hacia la Seo, el muro de piedra quedaba
a mi derecha. Las marañas —tan espléndidas y maduras
como antes del incendio— estaban sobre todo detrás de mí
y a mi izquierda. Delante y un poco más arriba estaban los
Siete Escalones, atestados de avotos. Comparado con los
otros fras, todos cubiertos con sus paños, el semidesnudo
Lio, moviéndose al doble de velocidad, era como una
hormiga de otro color.
El presbiterio, el corazón de la Seo, tenía planta octogonal
(o como dirían los teores, poseía la simetría de grupo de
las raíces octavas de la unidad). Sus ocho paredes eran
apretadas celosías, algunas de piedra, otras de madera
tallada. Las llamábamos pantallas, una palabra que
resultaba confusa para la gente de extramuros, donde una
pantalla era algo que servía para ver motus o jugar a
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