Page 138 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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Luego alzó la vista hacia el monje de ojos muy abiertos
que le había estado observando, sonrió con su imperturba‐
ble sonrisa y dejó la cuerda a un lado. El monje secó con un
trapo húmedo la transpiración de la pálida frente.
El hombre del jergón se estremeció ante el contacto y sus
ojos se abrieron de golpe. La locura de la fiebre estaba en
ellos y no veía realmente, pero Tathagatha sintió un repen‐
tino estremecimiento a su contacto.
Oscuros, tan oscuros que eran casi de azabache, y era im‐
posible decir dónde terminaba la pupila y dónde empe‐
zaba el iris. Había algo extremadamente inquietante en
unos ojos con un tal poder encajados en un cuerpo tan frá‐
gil y consumido.
Adelantó un brazo y golpeó fuertemente las manos del
hombre, y fue como tocar acero, frío e impenetrable. Trazó
un surco apretando la uña sobre el dorso de su mano dere‐
cha. Ningún arañazo ni indentación señaló su paso, y su
uña pareció resbalar, como sobre un cristal. Apretó con
fuerza la uña del dedo pulgar del hombre y la soltó. No
hubo ningún repentino cambio de color. Era como si aque‐
llas manos estuviesen muertas o fuesen algo mecánico.
Prosiguió su examen. El fenómeno terminaba en algún
lugar por encima de las muñecas, volvía a presentarse en
otros lugares. Sus manos, pecho, abdomen, cuello y porcio‐
nes de su espalda estaban empapados con el baño de
muerte, que proporcionaba aquella fuerza especial de im‐
penetrabilidad. Una inmersión total, por supuesto, se reve‐
laría fatal; pero, al parecer, el hombre había cambiado parte
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