Page 137 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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Tathagatha estudió al hombre que yacía sobre el jergón.
Sus labios eran delgados y pálidos poseía una alta frente,
altos pómulos, cejas parecidas a escarcha, orejas puntiagu‐
das, y Tathagatha supuso que, cuando sus párpados se
abrieran, sus ojos se revelarían de un azul difuso o gris. Ha‐
bía una cualidad de –¿translúcida?– fragilidad en aquella
forma inconsciente, que en parte podía ser causada por la
fiebre que agitaba su cuerpo, pero que no podía ser atri‐
buida enteramente a ella. El hombrecillo no daba la impre‐
sión de ser alguien que llevara lo que ahora sostenía. Tat‐
hagatha en sus manos. Antes bien, a la primera mirada, pa‐
recía un hombre muy viejo. Si uno le concedía una segunda
mirada, sin embargo, y se daba cuenta de que la ausencia
de color de su pelo y su delicada estructura ósea no signi‐
ficaban una edad avanzada, se sentía entonces impresio‐
nado por algo infantil en su apariencia. Por su complexión,
Tathagatha dudaba que necesitara afeitarse a menudo.
Quizá mantuviera oculta en algún lugar entre sus mejillas
y las comisuras de su boca una mueca ligeramente malé‐
vola. O quizá no.
El Buda alzo la cuerda de estrangular carmesí, que era
algo que solamente llevaban los ejecutores sagrados de la
diosa Kali. Palpó con sus dedos su sedosa longitud y pasó
como una serpiente por su mano, pegándose ligeramente a
ella. No dudaba que su finalidad era efectuar el mismo mo‐
vimiento en torno a su garganta. Casi inconscientemente,
la sujetó y retorció las manos, ejecutando los movimientos
necesarios.
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